Para aquellos que recién se unen a nosotros, permitan presentarlos a Kael: no es el astronauta de manual con un traje reluciente ni el científico inmerso en fórmulas complejas. Kael es el corazón y las manos de la base Olympus, nuestro único puesto avanzado en el planeta rojo. Es el tipo que mantiene los rovers en marcha, los sistemas de soporte vital funcionando y las luces encendidas, siempre con un poco de óxido marciano en las manos y una sonrisa. Un mecánico, sí, pero uno que parece tener un imán para lo insólito.
La historia de Kael en Marte comenzó de una manera que pocos esperarían. En la Tierra, era un mecánico automotriz de barrio, conocido por su habilidad para arreglar cualquier cosa con ruedas y un motor. Su vida era sencilla, predecible... hasta que la Mars Colonization Initiative (MCI) anunció su programa "Hands-On Mars". Buscaban no solo científicos e ingenieros espaciales, sino también gente con habilidades prácticas, con el ingenio de la vieja escuela para la reparación y el mantenimiento en un entorno hostil. Kael, más por curiosidad que por ambición, se apuntó. Pensó que sería una experiencia de por vida, algo que contar a sus nietos. Nunca imaginó que encontraría una nueva familia entre las estrellas.
Los primeros años fueron duros, de puro mantenimiento y adaptación. Pero entonces, un día, una extraña señal de socorro fue captada por los sensores de la base. No era humana. Kael, siempre el primero en ir a inspeccionar cualquier avería, encontró una pequeña nave accidentada en un barranco. Dentro, estaban Zorp y sus compañeros, una tripulación de alienígenas verdes y de grandes ojos, tan curiosos y torpes como amigables. Desde ese día, la vida de Kael cambió para siempre. Se convirtieron en sus ayudantes, sus confidentes y, en cierto modo, sus mejores amigos marcianos. Aprendieron de él sobre los motores de combustión y las herramientas terrestres, mientras que él aprendía de ellos sobre la galaxia y los misterios que se escondían bajo el polvo rojo.
Para nuestros lectores veteranos, ya saben que Kael tiene una habilidad especial para convertir un día de trabajo rutinario en una odisea interplanetaria. Desde que el enigmático mensaje "Estamos aquí" apareció en su terminal hace meses, su vida ha sido todo menos ordinaria. Ha lidiado con mensajes codificados, extrañas averías que desafían la lógica terrestre y una creciente sospecha de que no estamos solos en esta vastedad roja. Y sí, ya saben que los "lunes" de Kael a menudo terminan en lugares como "La Nebulosa Verde" (como él llama al bar alienígena que se descubrió oculto bajo la superficie), celebrando con sus amigos intergalácticos después de una misión exitosa o una reparación particularmente complicada, como se muestra en esta icónica portada de la revista "Mecánica Popular".
Hoy es lunes, y como cada inicio de semana, Kael se preparaba para la monotonía de revisar el Red Wanderer y ajustar un par de paneles solares. Pero en Marte, la rutina es una ilusión frágil. Porque un lunes en la vida de Kael no es solo un día más; es el preludio de un nuevo misterio, una nueva conexión con lo desconocido que acecha justo más allá de nuestro domo protector. Y esta vez, el misterio llegó en una caja de herramientas... y un holograma alienígena.
Prepárense, porque las tuercas y los cables están a punto de dar paso a algo mucho más grande. La verdadera aventura de Kael apenas comienza.
El sol marciano apenas comenzaba a asomarse por el horizonte rojizo, tiñendo el domo de la estación de un naranja tenue. Kael, el mecánico jefe de la base Olympus, bostezó mientras se ponía su mono de trabajo, ya manchado de grasa y óxido marciano. "Otro lunes, otro día de tuercas y cables," murmuró para sí mismo.
Su primera tarea del día era rutinaria: inspeccionar el rover de exploración, el "Red Wanderer", que había regresado con un chirrido preocupante en el eje delantero. Kael se deslizó bajo la enorme máquina, iluminando los componentes con su linterna de haz ancho. De repente, una luz parpadeante llamó su atención: no venía del rover, sino de una pequeña caja de herramientas que se había caído de un estante cercano.
"¿Qué es esto?" Kael frunció el ceño. La caja no era suya, y la luz pulsaba con un patrón extraño, casi como un código. Al abrirla, encontró no herramientas, sino un dispositivo hexagonal que zumbaba suavemente, emitiendo una luz verde esmeralda. En el momento en que sus dedos lo tocaron, la luz se intensificó y la caja vibró, revelando un compartimento oculto.
Dentro, había un mensaje grabado en una placa metálica, escrito en un idioma que Kael nunca había visto. Pero lo más sorprendente era un pequeño holograma que se activó al tacto, mostrando una criatura pequeña y de grandes ojos, con antenas que se agitaban nerviosamente. El alienígena parecía estar señalando hacia un punto lejano en el horizonte marciano, donde un antiguo cráter se alzaba en la distancia.
"Esto no es parte del manual," Kael sonrió, sintiendo una punzada de emoción. Parecía que el lunes no iba a ser tan rutinario después de todo. Su comunicador zumbó, era su compañera, la Dra. Aris, la xenolingüista de la base. "Kael, ¿estás bien? Tus signos vitales están un poco... elevados."
Kael guardó el dispositivo hexagonal. "Aris, creo que acabo de encontrar la razón por la que el Red Wanderer estaba chirriando. Y no tiene nada que ver con el eje."
Mientras tanto, en las profundidades del cráter señalado en el holograma, una pequeña nave de reconocimiento se había posado, sus escudos apenas visibles entre las rocas. Dentro, el pequeño alienígena del holograma, de nombre Zorp, estaba ajustando ansiosamente los controles. Había "perdido" un dispositivo clave de navegación durante su última pasada de reconocimiento, y sabía que sus superiores no estarían contentos. Lo que Zorp no sabía, era que su "dispositivo" ya había caído en las manos del humano más curioso de la base.
Kael se puso de pie, su mente ya trabajando en un plan. El chirrido del rover, la caja extraña, el holograma y el cráter. Todo empezaba a encajar. Era hora de un pequeño desvío en su día de trabajo.
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